2 de Marzo de 1743.
Una página gloriosa
de la historia vedada.
Por Wolfgang U. Molina (*)
La
independencia creo un sentimiento de novedad que hizo creer que el país nació
en ese momento. Un sentimiento desacertado que relegó el periodo colonial a la desatención
de los historiadores y casi al menosprecio. Salvo contadísimos acontecimientos,
generalmente presentados deleznablemente como referencias a la época
precolombina, el período de los Welzers, las aburridas cronologías de la
fundación de ciudades, las mitificadas resistencias indígenas, las siempre
reprimidas revueltas de negros y uno que otro dato inconexo del comercio con la
metrópoli, la historia de Venezuela parece comenzar el año diez del siglo diez
y nueve, con aquella devastadora guerra civil que llamamos de independencia
Probablemente
por ello han quedado casi en el olvido eventos históricos trascendentes como la
espectacular victoria obtenida por los venezolanos sobre la Royal
Navy en las propias costas de La Guaira un día como hoy hace
265 años. Este acontecimiento trascendental para el devenir de Venezuela ha
sido prácticamente borrado de nuestra historia, conjuntamente con casi todo lo
ocurrido en el país antes de la declaración de independencia. Gracias a la valentía de los
venezolanos de entonces, hoy somos lo que somos.
Los
antecedentes.
Victimas, ya sea de piratas, filibusteros, corsarios o de una armada
organizada, generalmente inglesa, Caracas y en particular, La Guaira, habían
sufrido desde su fundación, despiadados ataques que precedían saqueos, muerte y
destrucción para muchos venezolanos: 1595, 1642, 1680 y 1696 son los años de
las incursiones más recordadas por su crueldad y ensañamiento. Pero el siglo 18
sería diferente. Casi conjuntamente con la ascensión de Felipe V, un rey más
bien gris si se lo compara con los grandes del siglo de oro, Carlos V y Felipe
II, las cosas empiezan a cambiar para bien en Venezuela. En 1703, La Guaira es
atacada por 500 piratas holandeses que lograron desembarcar, pero que fueron
rechazados por el pueblo. En 1735, llegan pesadas piezas de artillería que son
emplazadas en baluartes acomodados en tres círculos defensivos concéntricos,
apoyados con el tradicional mecanismo de alerta, que consistía en una
seguidilla de salvas de cañón a lo largo de la cadena de fortificaciones que
vigilaban el camino hasta Caracas. El 22 de octubre de 1739, la nueva defensa
de La Guaira tuvo su bautizo de fuego, cuando el capitán inglés Waterhouse se
acercó con tres grandes navíos al puerto, haciendo saludos con banderas españolas
y queriendo engañar a la
guarnición. Se les contestó con cerrado fuego de cañones,
haciéndolos huir precipitadamente después de sufrir graves daños. La nave Capitana debió
cortar amarras, dejando un ancla que se guardó en La Guaira como trofeo.
Los
hechos. Al amanecer
de aquel sábado, se divisó desde la Atalaya del Zamuro, el velamen de los
primeros navíos de la escuadra británica comandada por el Comodoro Charles
Knowles, que venía por el Levante con la intención de tomar posesión de esta
estratégica provincia del imperio español, que en términos prácticos, era la
más cercana de la metrópoli gracias a los vientos alisios y la corriente
ecuatorial. Aquella mañana, dos descargas seguidas del Baluarte La Caleta en La
Guaira fueron escuchadas y repetidas en forma consecutiva, por la Atalaya San
Miguel del Príncipe, el castillo Caracas en la Puerta de La Guaira, los
baluartes El Peñón, Maiquetía, Torrequemada, El Salto, La Venta, La Cumbre, El
Castillito, Cruz de Campoalegre, hasta oírse la noticia, en cuestión de
minutos, en la Puerta de Caracas, cerca de donde estaba estacionada la
guarnición. Tradicionalmente, se daba luego un cañonazo por cada navío de la
flota atacante. Lo que siguió después fue un sordo cañoneo que no dejó dudas de
la magnitud de la fuerza atacante.
Durante la
mañana, mientras se esperaban refuerzos de Caracas, la guarnición de La Guaira
tomaba posiciones, alistaba sus 94 cañones y se ponían alerta los 216
artilleros que los operaban. Al frente, la escuadra británica compuesta de 19
embarcaciones y más de mil combatientes. Esta vez sin pretendidos engaños,
maniobraba para anclarse y tomar posiciones de ataque. Desde la media mañana
empezó un intercambio de descargas de artillería para medir alcances, en el que
el comandante de la plaza, Don Mateo Gual y Pueyo[i],
se cuidó de mostrar el poder de sus baterías de mayor calibre. Solo después de
pasado el medio día se desató un violento ataque sobre tierra firme proveniente
de los siete navíos mayores, que se alinearon con su banda de estribor hacia el
puerto; dos de ellos, La Capitana y La Almiranta, de 70 cañones cada uno,
acompañados por otras 5 fragatas de 50 cañones. El nutrido fuego del enemigo,
que se componía de balas de diferente calibre, bombas comunes, incendiarias y
granadas, comenzó a hacer estragos en las edificaciones y murallas con las que
La Guaira contaba para la época. La gente se ponía a resguardo como podía,
mientras se respondía con disparos de artillería que no permitían a los
británicos acercase a la costa, ni disparar de mejor posición. A pesar de la
desventaja en cuanto al poder fuego, los venezolanos se valieron de la ventaja
de disparar desde terreno firme, con mejor puntería que los ingleses que lo
hacían desde navíos perturbados por el oleaje y el estremecimiento de los cañonazos.
Después de
cuatro horas de intenso bombardeo, fue alcanzado el Baluarte de San Jerónimo en
el cerro El Colorado, el más cercano al puerto. Sus destrozos fueron mayores y al
comenzar a incendiarse sus cañones se silenciaron. Asimismo, fue alcanzada una
casa situada a las afueras del poblado, que servía de polvorín. En ese momento
crucial de la batalla, se conoció de la bravura de los guaireños que lograron recuperar los pertrechos de artillería del primero y poner
a salvo los 100 quintales de pólvora que se encontraban en la segunda. Los
británicos tampoco estaban indemnes. La Almiranta, blanco preferido de nuestros
artilleros, era escenario de muerte y destrozos. Knowles debió ordenar una
retirada precipitada minutos después de resultar herido haciendo cortar los
cables de las anclas que mantenían la nave en formación de ataque. La nave
insignia estaba tan dañada y con su poder de fuego tan mermado, que después de
una maniobra desesperada de escape, se la vio navegando escorada a babor hasta
la retaguardia. La acción valiente de los defensores permitió, tiempo después, reanudar el fuego desde San
Jerónimo y poner a resguardo del incendio la mayor parte de la munición del
baluarte, lo que desmoralizó a los británicos que contaban con una victoria rápida.
Después de la huida de La Almiranta, otras dos fragatas debieron abandonar la
línea de combate para refugiarse, conjuntamente con los navíos de apoyo, fuera
del alcance de nuestra artillería. Los restantes cuatro navíos ingleses de la
formación de ataque, La Capitana y otras tres fragatas, lograron resistir hasta
las siete y media de la noche. Uno tras otro, fueron cortando aparatosamente
sus amarras y cables, para ir rápidamente a anclarse mar afuera, bajo una
descarga inmisericorde desde la costa.
Durante el
ataque Mateo Gual coordinaba las operaciones visitando los baluartes y girando
instrucciones diligentemente. Tan fuerte e incesante fue el intercambio de
artillería, que Gual mandó buscar 30 frazadas que estaban en los almacenes del
puerto y ordenó empaparlas para cubrir los cañones y así enfriarlos y evitar
que reventaran. Después de disparar más de nueve mil cañonazos sobre La Guaira
y sus cuatro mil almas, los ingleses no habían conseguido nada. La defensa no
permitió que los atacantes se acercaran lo suficiente para dar más efectividad
a sus disparos. Sin duda la devastación en el poblado era mucha. Por doquier
casas demolidas y edificios dañados, en particular, la vieja y hermosa Iglesia
parroquial de San Pedro, situada en el centro del pueblo, de tres naves con
coro, campanario, sacristía y su fachada de dos torres dando al mar. Ahí se
veneraba una imagen del Cristo que no sufrió daño alguno, lo que los fieles
interpretaron como un milagro. Esa noche, en todo, el parte contaba tan solo
cuatro muertos y nueve heridos. Pero Gual no cantó victoria. Sabía que Knowles
buscaría desquitarse el día siguiente, así que ordenó reforzar los parapetos de
las baterías con fajinas hechas de troncos y ramas gruesas.
Mientras en
Caracas, había gran agitación y zozobra por la acechanza de los corsarios. El
gobernador Don Pedro Zuloaga[ii][iii],
acopió desde temprano a diez compañías de milicias y partió inmediatamente a La
Guaira para hacer frente a la amenaza. Marchó con ellos como oficial
voluntario, en joven Juan Vicente Bolívar de 17 años, de quien 40 años más
tarde nacería Simón Bolívar. Zuloaga no sabía de la heroica
defensa de los guaireños y temía tener que interceptar, en su marcha a Caracas,
a la avanzada de las tropas británicas de desembarco, solo retrasadas por el
saqueo de La Guaira, pero reforzadas con las armas de la plaza. Lo intrincado
del camino, que era en si mismo una reputada defensa natural de la capital,
jugaba en contra de los esfuerzos por adelantarse a cerrarle el camino a los
invasores. Zuloaga no pudo llegar a la costa sino hasta las tres de mañana del
domingo 3. Desconocedor de la situación real, apostó cuatro compañías en
Maiquetía para resguardar el acceso al Camino Real y cuidar su retirada, y
marchó con seis a La Guaira. Gran alivio y regocijo tuvo al conocer del propio
Gual la situación. Ambos pasaron revista a todas las fortalezas de la plaza y
dictaron órdenes para la defensa del día que levantaba. Al amanecer, Zuloaga
pudo ver por si mismo la magnitud de la escuadra inglesa anclada fuera del
alcance de los cañones. Los catalejos permitían apreciar los severos daños
sufridos por los ingleses durante el sábado y en particular, por La Capitana.
Mientras se adelantaba una febril actividad de reparación, se apreció el
entierro de los muertos en el mar siguiendo la tradición de atarles lastre en
los pies. Gual envió una canoa con marineros para que hundieran las boyas de
los cables de ancla que los ingleses habían dejado para marcar sus posiciones
de ataque. Haciendo esto, encontraron abandonadas cuatro embarcaciones menores
con pertrechos, evidenciando lo que pudo ser un intento furtivo de desembarco
de tropas durante la noche, en un punto medio entre La Guaira y la entrada al
Camino Real. La intención de Knowles no es conocida. ¿Pretendía conformar un
frente en tierra para debilitar las fortificaciones de la plaza? o ¿proteger la
marcha de sus tropas hacia Caracas? No se sabe nada de su intención, ni de las
razones que le hicieron abortar la operación.
El domingo habría de
transcurrir en tensa calma. No obstante, en Caracas ante la ausencia de
noticias oficiales, la situación era muy diferente. Probablemente, la noticia
del eventual intento de desembarco llegó deformada a la ciudad y rápidamente
una ola de rumores que daban como cierta la invasión, corrió atemorizando a sus
treinta mil habitantes. Informado del pánico que se apoderó de los caraqueños y
viendo a Gual en control de la situación, Zuloaga marchó a Caracas el lunes 4
para desmentir las noticias y dar tranquilidad.
A las tres de la tarde
de ese día, la escuadra comenzó a maniobrar de nuevo para entrar en batalla.
Knowles ordenó a sus navíos menores y más maniobrables, acercarse a la costa y
abrir fuego, lo cual hicieron desde las cinco de la tarde y durante toda la
noche. El cañoneo duró hasta las siete de la mañana del martes 5, pero los
daños a la plaza, una vez más, fueron menores y sin consecuencias. Esta acción
inocua y sin sentido aparente de los británicos tenía el objetivo de distraer a
las fuerzas venezolanas mientras trataban de capturar como botín a tres
fragatas comerciales y su carga, que el mismo Knowles se había deliberadamente
abstenido de atacar con su artillería y que por esos días, desarrollaban sus
faenas de carga y descarga en el puerto cuando fueron sorprendidas por la
llegada de la escuadra inglesa.
A mediados del siglo
18, La Guaira no era el puerto que hoy conocemos. En realidad no era un puerto.
Puerto Cabello habría merecido mejor ese título. Inicialmente fue Caraballeda
el fondeadero preferido del litoral. Solo después de 1589, La Guaira centraliza
las comunicaciones marítimas de Caracas. Se trataba más bien de un caserío
amurallado, defendido por una decena de baluartes internos y externos. Los
barcos anclaban a corta distancia de la costa en una ensenada al este del
poblado y eran descargados por caleteros que trasegaban la carga a canoas y
otras embarcaciones de poco calado, que su vez descargaban en un muelle
precario cerca de donde mas tarde se construyera el edificio la Compañía
Guipuzcoana. Sin embargo, el propio sábado en la mañana, con el fin de proteger
de los ingleses los tres navíos mercantes, estos fueron arrimados al Baluarte
de La Caleta, el más cercano al apostadero, anclándolos y utilizando además,
amarras secretas y difíciles de detectar, al tiempo que llevaban a tierra la
tripulación, las velas y el timón. A las seis de la tarde Knowles ordena
reanudar el fuego y después de media noche, envía sus marinos y soldados a
capturar las tres fragatas y en su defecto, quemarlas. Los ingleses después de
soltar las amarras de la primera, no hayan como moverla. Por su actividad son
detectados hacia las tres de mañana y reciben desde La Caleta, denso fuego de
fusiles y artillería menor. No lo intentarán con las otras dos, pues Gual hace
enviar canoas con soldados para hacerles frente y huyen abandonando armas y
medios para quemar las fragatas. Los ingleses mantuvieron, no obstante, fuego
de distracción hasta la mañana para proteger su retirada.
La escena de la
batalla quedó de nuevo en silencio hasta las seis de la tarde del martes 5 de
marzo, cuando al igual que la tarde del lunes los navíos menores abren fuego
defensivo, mientras la escuadra prepara su retirada definitiva. No había ya
nada que hacer. Con sus fuerzas menguadas y el elemento sorpresa perdido, Knowles
ordena la madrugada del miércoles 6, zarpar hacia Curazao. La Almiranta y otras
dos fragatas, que fueron las primeras en abandonar el combate, hicieron velas
primero para no quedar rezagadas. Al romper el alba, las siguió La Capitana y
luego un navío tras otro, navegando muy lentamente a la velocidad del más
lento. Los navíos menores, únicos en abrir fuego durante las dos noches
anteriores, cubrieron la retirada y fueron los últimos en abandonar el sitio.
En los días siguientes se llegaron a contar sobre las playas hasta 22 cuerpos
que perdieron el lastre y reflotaron, trágicos y mudos testigos de la derrota
de la fuerza expedicionaria.
Knowles, no era un
corsario más. Era un militar de carrera al mando de una flota organizada y
actuando según órdenes de la corona británica. Sin embargo, esta derrota no le
impidió continuar con éxito una carrera militar que lo convertiría en Almirante
y primero de una extirpe de pro hombres británicos. Fue gobernador de Louisbourg, Nueva Escocia y
posteriormente, de Jamaica. Por su parte, Gual quien era un capitán más de los
llegados de España dos años antes con otros 300 soldados del “Regimiento de
Victoria”, ganó enorme prestigio. Al año siguiente fue ascendido a teniente
coronel y se casó con Josefa Inés Curbello, de cuya unión nacería Manuel Gual
quien años más tarde impulsara un movimiento independentista con José María
España. Se le encargó de revisar y planear la fortificación de otras plazas en
Venezuela y en el Caribe. Llegó al grado de Coronel y como Knowles, fue ocupó el cargo de gobernador. Cumaná y otras provincias estuvieron bajo
su administración. En segundas nupcias caso con Ma. Teresa Sucre, tía de
Antonio José de Sucre. Se cree que murió en Puerto Cabello, justamente el mismo
año que Knowles.
¿Alguna
moraleja?
La tragedia de la Armada Invencible marcó la decadencia de España como potencia
mundial y el surgimiento de una Inglaterra menos filibustera y de más ambición
imperial. La debilidad de aquella se selló en la Batalla de Trafalgar, y
consolidó a ésta como primera potencia indiscutible. La victoria de 1743 fue
clave para deshilacharles a los ingleses sus sueños de dominación sobre
Venezuela, conformándose estos con la toma de Trinidad y de las Guayanas. Estas
ambiciones expansionistas y de dominación no impidieron que muchos de nuestros
prohombres de finales del siglo 18 y comienzos del 19 lisonjearan a Inglaterra
y su civilización, procurando formar alianza con ella para provocar una guerra
innecesaria contra nosotros mismos.
En el período
que siguió hasta 1812, los venezolanos prosperaron en relativa paz, seguros de
las asechanzas británicas por su capacidad militar y su valor, y alejados de
los tormentos de la guerra y de la inestabilidad política reinante en Europa.
Muchos inmigrantes, voluntarios y forzados, llegaron para establecerse en esta
tierra, no para predar un gran imperio precolombino, sino para crear riqueza
con su trabajo. En ese año, además de un premonitorio terremoto que siembra
muerte y destrucción, La Guaira queda desprotegida cuando Urdaneta toma su
artillería de montaña para atacar a Puerto Cabello. Este es el estigma que indica que en lo sucesivo
el enemigo es interno. Las potencias ya no tendrán que arriesgarse a morir para
dominarnos. Nos venderán sus armas para entre matarnos y se las pagaremos
desangrando la hacienda pública, creando miseria y atraso; todo para apurar un
proceso inevitable, la
independencia. En los años que seguirán, las hazañas
militares no serán contra una potencia extranjera. Nos vanagloriaremos de
sangrientas y devastadoras guerras entre hermanos. Las epopeyas llenarán las
páginas de la historia y encubrirán la violenta barbarie que hizo morir o
emigrar a una tercera parte de los venezolanos.
Officer on the Burford, Journal of the
expedition to La Guira and Porto Cavellos in the West Indias, Robinson, London,
1744.
[i] En algunos textos llamado
Matheo Gual y Pelayo
[ii] [iii] En algunos textos llamado Gabriel
de Zulouaga, Gobernador entre 1737 y 1747